No existe paso productivo que no deje su huella. Por eso, el desafío de las empresas es mitigar al máximo posible su huella de carbono, es decir la cantidad de emisión a la atmósfera de dióxido de carbono, el cual es uno de los gases de efecto invernadero (GEIs) que más contribuyen al calentamiento global.
Tal como sucede con otras acciones de responsabilidad social empresaria, la necesidad de implementar un plan de sostenibilidad para todo el ciclo de vida del producto –producción, distribución y consumo final– no sólo se relaciona con el cuidado del medio ambiente, sino también con el futuro mismo de la compañía, tanto por las crecientes exigencias de gobiernos y consumidores, como por la competitividad derivada de menores costos por procesos productivos ecoeficientes.
“Hasta hace poco los mercados y consumidores requerían precio y calidad. Pero hoy nos exigen la excelencia de los procesos, y los indicadores de huella de carbono apuntan a informar cómo se produce un bien o un servicio, ya que la producción mundial está yendo además hacia una economía baja en carbono, donde se “desenergiza la economía y se descarboniza la energía”.
Desde que en 2009 la ONU celebró la 15° Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático (COP 15), donde gobiernos de todo el mundo se comprometieron a limitar el calentamiento global a un índice no mayor a 2 °C para 2050, cada vez son más los países que desarrollan legislaciones al respecto, con el fin de que los consumidores puedan discriminar entre productos con huella de carbono neutra o baja, y aquellos contaminantes. Francia es el país que más ha avanzado en este sentido, mediante su ley Grenelle II, cuyo artículo 85 impulsa el etiquetado en los productos con información relativa a la huella que dejan los productos, packaging, y distribución. Pero también Estados Unidos, Inglaterra, Japón y el gobierno de Quebec dieron pasos importantes en ese sentido.
Esta nueva realidad repercute en empresas del mundo entero, tanto por la imposición de las casas matrices a sus filiales en el exterior, como por la necesidad, en el caso de las empresas locales exportadoras, de adaptar su producto final a las exigencias de distintos gobiernos y de multinacionales con globalizadas cadenas de valor.
Pero además de las exigencias de gobiernos y consumidores por contar con productos con huella de carbono neutra y del buen marketing que puede derivarse de la incorporación de esta práctica de RSE, también es un hecho que aquellas empresas que están adoptando sistemas ecoeficientes logran además minimizar su gasto energético, maximizando así la competitividad de sus costos. Y es que en tiempos de alzas en los costos de las fuentes energéticas, la renovación de maquinarias, el uso de energías limpias como la solar, el teletrabajo o el reciclado de parte de la producción, entre otros factores, pueden significar una sensible reducción en los costos de los productos finales.
Para comenzar a implementar acciones para la minimización de las emisiones, las empresas cuentan con un amplio abanico de guías que les permiten dar los primeros pasos en esta dirección, ayudándolas a cuantificar la cantidad de gases de efecto invernadero con que contribuyen a la contaminación, detectar los puntos críticos dentro de la cadena de valor, optimizar la relación con las partes interesadas, conocer las regulaciones relacionadas con la administración de los GEI y promover diseños, estrategias y planes de acción. Entre los mismos, se cuentan el ISO 14064, que pronto lanzará su nueva versión, la 14067; el PAS 2050, de Carbon Trust; el GHG Protocol, del WRI; y el WBSCD.
Todo este proceso, puede derivar en etiquetas para los productos que se comercializan al exterior.
Fuente: Infonews
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